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lunes, 1 de noviembre de 2010

EL MILAGRO DE LA ADOPCION

“No habrá mujer que aborte, ni estéril en tu tierra; y yo completaré el número de tus días".
Esta es una hermosa promesa del Señor, que encontramos en Exodo 23:26; estas palabras que Jehová dio a Moisés, se siguen cumpliendo hasta nuestros días. Dios es uno y su pueblo el mismo a través de los milenios.

En la congregación a la que pertenezco, los pastores tuvieron que pedirles a las parejas de novios que por favor acomoden las fechas de los casamientos, de acuerdo con el calendario de actividades de la iglesia. (Ya que a veces se superponían de una a dos bodas en el término de un mes), y no alcanzaban las fechas para desarrollar todas las actividades del año.
Y después de la boda, la preciada noticia, la joven esposa está embarazada, y al poco tiempo otro bebé, al paso de unos poquitos años otro; y así en medio de la congregación, también de esta manera, se va completando el número de los redimidos. Recordando la promesa del Señor a su siervo Abraham: En tu simiente serán benditas todas las familias de la tierra.

Mientras la sociedad se precipita irremediablemente hacia la destrucción de la familia, en medio de su pueblo Dios sigue "sacando de la miseria al pobre, y hace multiplicar las familias como rebaños de ovejas" (Salmos 107:41).

Hasta aquí a lo expuesto parecería quedarle muy bien un punto final. Pero el caso es que para no todas las familias es tan sencillo fructificar y multiplicarse. Aunque sí para todas son las promesas del Señor.

En medio de su pueblo, Dios tiene algunos matrimonios, con un propósito diferente al de concebir hijos propios; y este es el de adoptar en el seno de esa pequeña familia y por consiguiente en medio de la congregación, niños ya concebidos por otros.
Estos casos no son muchos, pero merecen una especial atención. Sólo los matrimonios imposibilitados de tener hijos saben lo que se sufre y cuantos temores y dudas se presentan ante una adopción.

Es curioso observar que en los matrimonios de la iglesia, aún más que en las parejas de afuera, existe un rechazo a pensar en adoptar niños, y por consecuencia llevarlo a cabo.

Puede ser que existan familias que no pueden tener hijos, y a los que Dios les haya hablado específicamente sobre quedarse así, esto no es común, pero si existe una palabra del Señor está bien.

Conozco preciosos matrimonios que no pudieron tener niños, pero tuvieron el privilegio de trabajar entre ellos, haciendo obras maravillosas, como también otros albergaron varios años en sus hogares, adolescentes y jóvenes con gravísimos problemas, ayudándoles así a encaminar sus vidas y remontar vuelo solitos en los caminos del Señor.
Volviendo a aquellas familias cerradas a la idea de adoptar, he observado diferentes casos. Están los matrimonios que aceptan la situación y se conforman con un eterno nidito de amor, sin pichones que rompan los esquemas y los planes ya estipulados. Después de todo, no tener niños es triste, pero si nos acostumbramos tiene sus ventajas, y de esta manera dejan pasar oportunidades de adopción.
Otros se cierran pensando que el Señor, tiene que darles ese hijo propio y claman a El con desesperación, recordándole sus promesas, dejando así pasar valiosísimos años y olvidando otras promesas como que: "Dios hace habitar en familia a los desamparados..." (Salmos 68:6).

"El hace habitar en familia a la estéril, que se goza en ser madre de hijos. Aleluya". (Salmos 113:9).

Algunas parejas tienen muchos prejuicios, y creen que no pueden formar parte de sus vidas alguien que no saben que herencia, vicios o enfermedades puede arrastrar. Por lo tanto tienen siempre el corazón cerrado a una adopción.

Hay quienes confían en la ciencia y tratan de averiguar el motivo de la esterilidad e intentando la concepción, pasan por innumerables, dolorosos, costosos y decepcionantes estudios e intervenciones. Haciendo que sus ilusiones se debiliten, y sumando así más frustraciones a sus corazones.

Cuando nos casamos pasamos a ser una sola carne; no importa de quien de los dos sea el problema de esterilidad, la pareja es estéril, pues somos uno.

Seguramente son más los motivos por los que un matrimonio de creyentes no piensa en adoptar un niño. Pero estos son los casos que se evidencian con mayor frecuencia.

Todas estas situaciones, la comodidad y el egoísmo, el clamar por años a Dios, los prejuicios y temores, el confiar en la ciencia el ansiado embarazo; es un poco en alguna medida lo que nos pasa a todos los que no podemos tener hijos propios.
Mi esposo y yo, no tuvimos hijos por 16 años, y también clamamos largo tiempo por ese embarazo y consultamos muchos médicos. Pero en ese tiempo Dios nos reveló dos cosas muy valiosas; la primera fue que mientras gastábamos nuestras energías procurando lo que El no nos daba, nos perdíamos de servir a Dios con todas nuestras fuerzas y todo nuestro corazón. Lo siguiente lo digo por mí solamente, muchas veces estaba en los cultos, delante de la presencia de Dios, y en lugar de alabarle y adorarle como El merecía; después de todo es con el único propósito para lo que fui creada; aprovechaba su presencia para seguirle recordando que yo no tenía un hijo. Evidentemente, no había entendido quien era mi Señor.
La segunda cosa, produjo en nosotros un gran quebranto, comenzó a ser una carga para nuestros corazones la cantidad de niñitos que existen, maltratados, desechados, aún muertos por quienes los tienen y no los quieren. Y aquí otra vez lo digo por mi, a pesar de todo seguía cerrada esperando poder concebir y dar a luz mi propio hijo.

Jesús dijo: "Así, no es la voluntad de vuestro Padre que está en los cielos, que se pierda uno de estos pequeños." (Mateo 18:14).

Parafraseando la parábola de la oveja perdida; no habrá mayor regocijo en el cielo por ese pequeñito recogido en el seno de una familia cristiana, salvado del descarrío y del sufrimiento de un vivir sin Dios. Que por los noventa y nueve que nacieron en medio de la congregación y que jamás se van a descarriar. Sin olvidar que también dijo Jesús: "Y cualquiera que recibe en mi nombre a un niño como este, a mí me recibe." (Mateo 18:5).
Matrimonios queridos, si están pasando una situación de esterilidad, que sea sólo del vientre, no permitan que sus corazones se vuelvan estériles. Son muchos los niños que sufren y necesitan de un hogar cristiano, hay muchos que aún tienen que unirse a las filas del Señor, y seguramente tu matrimonio puede ser un medio.

"Regocíjate, oh estéril, tu que no das a luz; prorrumpe en júbilo y clama, tú que no tienes dolores de parto..." (Gálatas 4:27).
El que estén abiertos y expectante por adoptar un niño, no significa que algún día no tengan los suyos propios.

Todos alguna vez escuchamos de algún matrimonio que al no poder tener hijos, adoptó un niño, y después tuvo los suyos propios; la gente suele decir: viste era sicológico. Yo prefiero creer que Dios recogió a un pequeñito más de las calles, y después quitó la esterilidad de esa pareja.
No permitan que el temor o los prejuicios te impidan vivir la maravillosa experiencia del milagro de la adopción.

A los 16 años de casados recibimos por adopción nuestro bebé, fue lo más grandioso que nos podría haber ocurrido, no fue diferente a un hijo del vientre, eso sí este no me produjo dolores de parto, porque nació del corazón. El más hermoso hijo que el Señor haya podido regalarnos, yo siempre digo, se tomó su tiempo, pero valió la pena.
Hoy es un niño maravilloso que ama a Dios, y que está agradecido por vivir en medio de una familia sencilla, pero del Señor, la mayor herencia que alguien puede recibir.
Antes de nuestro hijo intentamos otras adopciones y después de él también, las que por diferentes motivos que sería muy largo detallar, no se llegaron a efectuar, pero siempre tuvimos paz porque reconocemos a Dios como soberano de nuestras vidas.

Nuestros corazones siguen abiertos para recibir más niños. Pero lo importante es que el Señor sabe que estamos dispuestos a criar los hijos que el quiera para su gloria.
Un tiempo antes de que el Señor nos de nuestro bebé, entré a un negocio y la señora que salió para atenderme, era alguien que yo había conocido hacía varios años, cuando ella era todavía soltera. Nos alegramos al vernos, y después de contarnos algunas cosas, por supuesto salió el tema de los hijos, yo le expresé que todavía Dios no me había dado ninguno. Ella con gran entusiasmo, me dijo: -¿porqué no adoptás?, nosotros lo hicimos y estamos refelices, - corrió hacia la trastienda del negocio y volvió con una silla de ruedas, y en ella una niña de aproximadamente cinco años, al momento vino su esposo y ambos resplandecían de alegría, manifestándome lo agradecidos que estaban a Dios (ambos católicos) por la hija que les había dado. No recuerdo el nombre de la enfermedad, pero la silla en que estaba postrada, sostenía su tronco y su cabecita, para mantenerla incorporada, no hablaba, por supuesto usaba pañales y había que darle de comer en la boca, porque tampoco manejaba sus manos. Yo me quedé atónita, no pude felicitarlos por su niñita, porque sentí que hubiese sonado falso. Pero la madre como adivinando mi sentir... me dijo: - Estamos agradecidos a Dios, porque te imaginas lo que hubiera sido de ella, si no la adoptábamos.

Me volví a mi casa caminando, con un nudo en la garganta, un poco por la emoción de haber conocido el amor tan grande de esos padres, pero más por vergüenza delante de Dios, porque sentía su dedo golpeando mi hombro y su voz en el corazón diciéndome y vos, que estás haciendo.

Siempre nuestra esperanza debe estar en el Creador de todas las cosas, y El va a ser quién abra las puertas para recibir hijos del corazón, como abre la matriz para que se produzca la concepción.

No pidas hijos para deleite propio, sino para formar hombres y mujeres que glorifiquen a Dios con sus vidas.

Tal vez recibas un hijo o muchos, lo importante es que los cobijes en la familia sin egoísmos. No busques diferentes opiniones, porque van a desalentarte, busca a Dios con todas tus fuerzas y apóyate en el consejo de los pastores que están velando por ti.

Cuando ores al Señor, recuérdale que guarde y bendiga al hijo que te va a dar, que seguramente está creciendo en otro vientre, cobíjalo en tu corazón aunque todavía no lo conozcas.
Nuestro hijo es muy conversador, y hace un par de meses, se me acercó mientras cocinaba, y me dijo: - Mamá, ¿qué bueno fue Dios con nosotros, no?... - Le pregunté por qué me lo decía, y me respondió: - Porque El hizo que ustedes y yo nos encontremos, para formar una familia. - Y seguidamente agregó, - Y que buena la mujer que me tuvo en la panza, porque ella podría haberme tirado, pero en cambio buscó una familia que me ame.
Este es un ejemplo de las tantísimas satisfacciones, que un hijo del corazón te puede dar. Aunque tengas hijos propios, también el Señor puede poner en tu corazón el deseo de adoptar un niño, si el matrimonio está seguro que este sentimiento viene de Dios, no dejen de intentarlo; seguramente alguien está esperándote ya, o esté por ser concebido, para formar parte del Reino de Dios. Si ustedes no lo hacen, otros van a disfrutar de ese privilegio, pero con seguridad ese niño no se va a escurrir de la mano de Dios.

Llama la atención el hecho de que se ofrezca resistencia por parte de los creyentes, en ser padres adoptivos, cuando cada uno de nosotros por los méritos expiatorios de Cristo Jesús, pasamos a formar parte de la familia celestial, como hijos adoptivos.
Por el inmenso amor de Dios hemos sido adoptados por quien Jesús nos enseñó a llamar Padre Nuestro. Por la fe en Cristo, somos hijos adoptivos de Dios, esto no es sólo un título que el Señor nos da, sino que somos partícipes de su propia naturaleza y herederos de su Gloria.
Queridos hermanos, ésta en absoluto pretende ser una palabra de condenación, muy por el contrario, si vivís en el Espíritu, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús. Pero sí es una palabra de aliento, no sea que estés llamado a un trabajo tan alto y delicado, como es criar un niño en el camino de Dios, y te lo pierdas por temores infundados que te alejan de bendecir y ser bendecido.

Elaborado por: Raquel Milano

Tomado de: www.riosdevida.com
¡Les Bendigo!

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