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domingo, 25 de enero de 2009



LA CIUDAD DEL REINO

“Pero tu, Belén Efrata, pequeña para estar entre las familias de Judá, de ti me saldrá el que será Señor en Israel; y sus salidas son desde el principio, desde los días de la eternidad”. Miqueas 5:2

Casi dos años después que Jesús nació, una polvorienta y majestuosa caravana hizo su entrada en Jerusalén. Los miembros de la caravana se detuvieron a pedir direcciones. Su sencilla pregunta sacudió la ciudad. “¿Dónde esta el rey de los judíos, que ha nacido?” (Mt. 2:2).

Una extraña estrella había anunciado su nacimiento. El rey Herodes sabia que los sabios no estaban interesados en el. Pero el también comprendió que, si su búsqueda era legitima, su propio reino estaba a punto de desaparecer por la llegada de otro rey, el tan esperado Mesías. El no iba a entregar su trono sin luchar.

Entre las profecías del Antiguo Testamento, Dios había revelado claramente el lugar de nacimiento del Mesías. Los lideres religiosos judíos a los que Herodes reunió para que respondieran a la pregunta de los extraños apuntaron inmediatamente a Miqueas 5:2 para la ubicación de la ciudad del Salvador, Belén. Ellos lo sabían. Miqueas había dejado escrita la dirección cientos de años antes. Pero ellos no estaban preparados para creer. Curiosamente, ninguno se ofreció para ir con los sabios a buscar al Mesías.

Dios ofrece una clara invitación a su pueblo a través de Miqueas: ¡Vigilar a Belén! El pueblo recordaba la invitación, pero fallaron al no tomarla en serio. Dada una oportunidad para que descubrieran la verdad, el pueblo de Jerusalén le permitió a otra persona que tomara el riesgo de la desilusión. Herodes además mato a los niños de Belén en un vano intento por eliminar a su rival.

Otras profecías de Miqueas rodean el pasaje apuntando a Belén como la ciudad del Mesías. Algunas de las profecías se cumplieron por el regreso de los israelitas de Babilonia (Mi. 4:10). Otras están aun por cumplirse (Mi. 4:1-5). Pero Belén permanece como un símbolo de la obra de Dios y de sus propósitos en la historia.

La invitación de Miqueas todavía es verdadera. Pero nuestra respuesta debe ser diferente de la del pueblo de Jerusalén. El pueblo en la época de Jesús esperaba que algo sucediera, pero no lo vieron por la incredulidad. Nosotros podemos mirar atrás a la muerte de Jesús y pasarla por alto igualmente a causa de nuestra propia incredulidad. Un capitulo crucial en la historia de la salvación de Dios comienza en Belén. Dios dio más que una insinuación de esa salvación en Miqueas.

¡Les bendigo!


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