II. LA VISITA DE LOS MAGOS. (2:1-12)
El texto bíblico dice: “Cuando Jesús nació en Belén de Judea en días del rey Herodes, vinieron del oriente a Jerusalén unos magos diciendo: ¿Dónde está el (o el que ha nacido rey) rey de los judíos que ha nacido?"
Cuando Jesús nació, no dice que nació en Jerusalén, la ciudad más importante del aquel tiempo. El nacimiento de Jesús tuvo lugar en el pueblo más humilde llamado Belén, un pueblo de Judá situado a unos 8 o 9 kilómetro al sudoeste de Jerusalén, cerca de la vía que la une con Hebrón.
Antes se la conocía como Efrata (Gn. 35:19; 48:7). Era la ciudad de David donde creció y pastoreaba sus ovejas (1 S. 16:1-14; 17:12, 15; 20:6, 28). Belén estaba situada a 600 metros sobre el nivel del mar y es una región muy fértil donde todavía se puede ver los campos de los pastores. El viaje de José y María de Galilea, de la ciudad de Nazaret hasta llegar a Belén le llevó más de tres días, tomando en cuenta el embarazo de María. Las inferencias bíblicas del nacimiento de Jesús revelan no sólo los acontecimientos de los hechos, sino también las actitudes que todo verdadero adorador debe tener en estas navidades.
Son actitudes que revelan el corazón y las convicciones de los que adoran al Padre en espíritu y en verdad. La Biblia realista no dice que eran reyes, ni cuántos eran y, mucho menos sus nombres.
Estos magos probablemente eran de Persia, o de Arabia o Babilonia. La palabra “mago” en la Biblia describe a un grupo de sacerdotes de Media, relacionado con la religión de Persia. Eran sabios en la astrología y la astronomía. Originalmente los magos eran una tribu de Media que ejercían en la religión persa la función de sacerdote. Estos hombres eran estudiosos y conocedores de las estrellas. Es probable que estos magos vinieran estudiando y observando las estrellas y que de alguna manera interpretaron la voluntad de Dios como una señal dónde y cómo habría de nacer el niño rey.
Pero ¿Qué sucedió en aquella navidad, en aquella noche cuando los magos anunciaron dónde habría de nacer el rey, y que su motivación era sólo la de adorarle? ¿Con qué se encontraron cuando llegaron a Belén?
Los magos:
A. Se encontraron con un remanente apático.
Cuando Jesús nació en Belén nadie sabía dónde ni cómo habría de nacer. La llegada del esperado Mesías hubiera sido con júbilo pero en vez de gozo, aquellos magos encontraron apatía, indiferencia. Vieron a un pueblo apático, un Israel que ignoró los sucesos del nacimiento de Jesús.
Hoy podemos decir que son muchos los que llegan a esta navidad con un corazón apático. Lo único que piensan es sólo en comer y beber, y en hacer de la navidad una fiesta para divertirse. Se olvidan de los verdaderos significados que hay detrás de la navidad de Jesús.
Hay personas que se tornan apáticas, cuando Dios nos dice que el nacimiento de su Hijo tiene que ver con la salvación de todos los hombres. La Biblia dice: “Porque la gracia de Dios se ha manifestado para salvación a todos los hombres (Ti. 2:11). “El cual quiere que todos los hombres sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad” (1 Ti. 2:4).
El deseo de Dios es que tú llegues a creer en todo lo que Jesús hizo allí en el Calvario por tu pecado, por mí pecado. En aquella navidad lo que más tristeza trajo al corazón de Dios, fue ver a un pueblo, al pueblo de su promesa, de su pacto darle las espaldas a aquel que vino a dar su vida en rescate por ellos. Juan 1:12 dice: “A lo suyo vino, y los suyos no le recibieron. Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios”.
Solamente los magos y unos pastores que velaban y guardaban las vigilias de la noche sobre su rebaño, se interesaron por ver al niño del pesebre y unos a otros comenzaron a decir: tenemos que ver lo que ha sucedido en Belén, tenemos que ver a Jesús y así lo hicieron (Lc. 2:8-12, 15-18).
B. Se encontraron con unos religiosos que Atesoraban las Escrituras pero no las practicaban.
Eran los sacerdotes y los escribas que enseñaban al pueblo los preceptos de la ley, que sabían del esperado Mesías. Sin embargo, no fueron a Belén y ver si era verdad todo lo que se decía del nacimiento del niño rey. Se quedaron envanecidos en su conocimiento religioso, pero no estuvieron dispuestos a ir los ocho kilómetros a Belén para reconocer y reverenciar a su Mesías.
El hecho de saber de la Biblia y conocer las historias bíblicas y guardar ciertas Escrituras en nuestra mente, de nada vale cuando el corazón está lejos de Dios. Cristo dijo tiempo más tarde: “Este pueblo de labios me honra, más su corazón está lejos de mí. Pues en vano me honran, enseñando como doctrinas mandamientos de hombres” (Mr. 7:6-7).
El hecho de ser un religioso no me hace salvo; la salvación no tiene que ver con una religión sino con una relación con el autor de la vida, el cual es Jesucristo. La Biblia cuenta de un religioso llamado Nicodemo, un hombre que sabía que Jesús había venido de Dios.
Era conocedor de la ley, era devoto y guardaba la palabra de Dios. Pero Nicodemo se dio cuenta que durante toda su vida estaba aferrado a su religión, y que siendo religioso se sentía pecador, pecador como todos como vemos en la Biblia: “Por cuanto todos pecaron y están destituidos de la gloria de Dios” (Ro. 3:23).
Cuando Adán pecó desobedeciendo a Dios, no perdió una religión sino su relación con el Creador, y desde entonces el hombre se ha tornado un errante en este mundo, y ha tratado de cubrir su vergüenza con obras y religión. La Biblia dice: “No hay justo en la tierra que haga el bien y nunca peque” (Ec. 7:20). El hecho de guardar una religión no me hace menos pecador. Podemos ser buenos religiosos pero ante los ojos de Dios todos somos pecadores y lo que me cambia es un cambio de corazón.
En aquella navidad los religiosos que atesoraban la palabra de Dios también se tornaron apáticos a la realidad de la venida de su Mesías. Les dijeron a los magos y a Herodes que ya estaba escrito que el Mesías iba a nacer en Belén de Judea, según la profecía de Miqueas 5:1-5. Sin embargo ninguno de ellos se interesó ir hasta Belén para ver a su redentor.
C. Se encontraron con un rey: Antagonista.
El nacimiento de Jesús fue en días del rey Herodes, uno de los hombres más perversos y ambiciosos que manchó su conciencia y sus manos con sangre inocente. Cuando los magos preguntaron, ¿dónde está el que ha nacido rey de los judíos? Dice la Biblia que Herodes “se turbó”.
El título que se le dio a Jesús: “rey de los judíos” fue una amenaza para el trono de Herodes. Él temía que Jesús le destronara. Su simpatía perversa de saber dónde habría de nacer el niño Jesús, no era para adorarle sino para matarlo. Este rey fue uno de los más despiadados y crueles que hayan existido. Para conservar su trono y su reinado construyó fortalezas y ensanchó y embelleció el templo de los judíos para que todos le adoraran y admiraran a él. Era tan ambicioso y cruel que, para conservar su trono, también mató a varios de sus familiares.
En aquella navidad todo el pueblo de Belén se había enlutado de tristeza de amargura, cuando éste maniático mandó a matar a más de 20 niños menores de dos años. Herodes pensaba que matando a todos los niños, iba impedir que viviera el rey de los judíos. Pero Herodes muere, y el niño rey vive y crece. Todos los reyes y príncipes, filósofos, científicos han quedado en la historia y en polvo y cenizas. Pero el Hijo del Altísimo, el Verbo de Dios permanece por los siglos y su trono es eterno. Herodes temía que Jesús le quitara su trono, pero Él no nació, no vino para quitarle algo a la gente, sino para darle al mundo y a cada persona lo que la ambición y el antagonismo de este rey no podía dar: Vida Eterna.
Jesús nació y vino a este mundo para darle a la gente la verdadera libertad, tal como el mismo Señor lo declaró en su misión y ministerio: “El Espíritu del Señor está sobre mí, por cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres; me ha enviado a sanar a los quebrantados de corazón; a pregonar libertad a los cautivos, y vista a los ciegos; a poner en libertad a los oprimidos". (Lc. 4:17-20).
El texto bíblico dice: “Cuando Jesús nació en Belén de Judea en días del rey Herodes, vinieron del oriente a Jerusalén unos magos diciendo: ¿Dónde está el (o el que ha nacido rey) rey de los judíos que ha nacido?"
Cuando Jesús nació, no dice que nació en Jerusalén, la ciudad más importante del aquel tiempo. El nacimiento de Jesús tuvo lugar en el pueblo más humilde llamado Belén, un pueblo de Judá situado a unos 8 o 9 kilómetro al sudoeste de Jerusalén, cerca de la vía que la une con Hebrón.
Antes se la conocía como Efrata (Gn. 35:19; 48:7). Era la ciudad de David donde creció y pastoreaba sus ovejas (1 S. 16:1-14; 17:12, 15; 20:6, 28). Belén estaba situada a 600 metros sobre el nivel del mar y es una región muy fértil donde todavía se puede ver los campos de los pastores. El viaje de José y María de Galilea, de la ciudad de Nazaret hasta llegar a Belén le llevó más de tres días, tomando en cuenta el embarazo de María. Las inferencias bíblicas del nacimiento de Jesús revelan no sólo los acontecimientos de los hechos, sino también las actitudes que todo verdadero adorador debe tener en estas navidades.
Son actitudes que revelan el corazón y las convicciones de los que adoran al Padre en espíritu y en verdad. La Biblia realista no dice que eran reyes, ni cuántos eran y, mucho menos sus nombres.
Estos magos probablemente eran de Persia, o de Arabia o Babilonia. La palabra “mago” en la Biblia describe a un grupo de sacerdotes de Media, relacionado con la religión de Persia. Eran sabios en la astrología y la astronomía. Originalmente los magos eran una tribu de Media que ejercían en la religión persa la función de sacerdote. Estos hombres eran estudiosos y conocedores de las estrellas. Es probable que estos magos vinieran estudiando y observando las estrellas y que de alguna manera interpretaron la voluntad de Dios como una señal dónde y cómo habría de nacer el niño rey.
Pero ¿Qué sucedió en aquella navidad, en aquella noche cuando los magos anunciaron dónde habría de nacer el rey, y que su motivación era sólo la de adorarle? ¿Con qué se encontraron cuando llegaron a Belén?
Los magos:
A. Se encontraron con un remanente apático.
Cuando Jesús nació en Belén nadie sabía dónde ni cómo habría de nacer. La llegada del esperado Mesías hubiera sido con júbilo pero en vez de gozo, aquellos magos encontraron apatía, indiferencia. Vieron a un pueblo apático, un Israel que ignoró los sucesos del nacimiento de Jesús.
Hoy podemos decir que son muchos los que llegan a esta navidad con un corazón apático. Lo único que piensan es sólo en comer y beber, y en hacer de la navidad una fiesta para divertirse. Se olvidan de los verdaderos significados que hay detrás de la navidad de Jesús.
Hay personas que se tornan apáticas, cuando Dios nos dice que el nacimiento de su Hijo tiene que ver con la salvación de todos los hombres. La Biblia dice: “Porque la gracia de Dios se ha manifestado para salvación a todos los hombres (Ti. 2:11). “El cual quiere que todos los hombres sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad” (1 Ti. 2:4).
El deseo de Dios es que tú llegues a creer en todo lo que Jesús hizo allí en el Calvario por tu pecado, por mí pecado. En aquella navidad lo que más tristeza trajo al corazón de Dios, fue ver a un pueblo, al pueblo de su promesa, de su pacto darle las espaldas a aquel que vino a dar su vida en rescate por ellos. Juan 1:12 dice: “A lo suyo vino, y los suyos no le recibieron. Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios”.
Solamente los magos y unos pastores que velaban y guardaban las vigilias de la noche sobre su rebaño, se interesaron por ver al niño del pesebre y unos a otros comenzaron a decir: tenemos que ver lo que ha sucedido en Belén, tenemos que ver a Jesús y así lo hicieron (Lc. 2:8-12, 15-18).
B. Se encontraron con unos religiosos que Atesoraban las Escrituras pero no las practicaban.
Eran los sacerdotes y los escribas que enseñaban al pueblo los preceptos de la ley, que sabían del esperado Mesías. Sin embargo, no fueron a Belén y ver si era verdad todo lo que se decía del nacimiento del niño rey. Se quedaron envanecidos en su conocimiento religioso, pero no estuvieron dispuestos a ir los ocho kilómetros a Belén para reconocer y reverenciar a su Mesías.
El hecho de saber de la Biblia y conocer las historias bíblicas y guardar ciertas Escrituras en nuestra mente, de nada vale cuando el corazón está lejos de Dios. Cristo dijo tiempo más tarde: “Este pueblo de labios me honra, más su corazón está lejos de mí. Pues en vano me honran, enseñando como doctrinas mandamientos de hombres” (Mr. 7:6-7).
El hecho de ser un religioso no me hace salvo; la salvación no tiene que ver con una religión sino con una relación con el autor de la vida, el cual es Jesucristo. La Biblia cuenta de un religioso llamado Nicodemo, un hombre que sabía que Jesús había venido de Dios.
Era conocedor de la ley, era devoto y guardaba la palabra de Dios. Pero Nicodemo se dio cuenta que durante toda su vida estaba aferrado a su religión, y que siendo religioso se sentía pecador, pecador como todos como vemos en la Biblia: “Por cuanto todos pecaron y están destituidos de la gloria de Dios” (Ro. 3:23).
Cuando Adán pecó desobedeciendo a Dios, no perdió una religión sino su relación con el Creador, y desde entonces el hombre se ha tornado un errante en este mundo, y ha tratado de cubrir su vergüenza con obras y religión. La Biblia dice: “No hay justo en la tierra que haga el bien y nunca peque” (Ec. 7:20). El hecho de guardar una religión no me hace menos pecador. Podemos ser buenos religiosos pero ante los ojos de Dios todos somos pecadores y lo que me cambia es un cambio de corazón.
En aquella navidad los religiosos que atesoraban la palabra de Dios también se tornaron apáticos a la realidad de la venida de su Mesías. Les dijeron a los magos y a Herodes que ya estaba escrito que el Mesías iba a nacer en Belén de Judea, según la profecía de Miqueas 5:1-5. Sin embargo ninguno de ellos se interesó ir hasta Belén para ver a su redentor.
C. Se encontraron con un rey: Antagonista.
El nacimiento de Jesús fue en días del rey Herodes, uno de los hombres más perversos y ambiciosos que manchó su conciencia y sus manos con sangre inocente. Cuando los magos preguntaron, ¿dónde está el que ha nacido rey de los judíos? Dice la Biblia que Herodes “se turbó”.
El título que se le dio a Jesús: “rey de los judíos” fue una amenaza para el trono de Herodes. Él temía que Jesús le destronara. Su simpatía perversa de saber dónde habría de nacer el niño Jesús, no era para adorarle sino para matarlo. Este rey fue uno de los más despiadados y crueles que hayan existido. Para conservar su trono y su reinado construyó fortalezas y ensanchó y embelleció el templo de los judíos para que todos le adoraran y admiraran a él. Era tan ambicioso y cruel que, para conservar su trono, también mató a varios de sus familiares.
En aquella navidad todo el pueblo de Belén se había enlutado de tristeza de amargura, cuando éste maniático mandó a matar a más de 20 niños menores de dos años. Herodes pensaba que matando a todos los niños, iba impedir que viviera el rey de los judíos. Pero Herodes muere, y el niño rey vive y crece. Todos los reyes y príncipes, filósofos, científicos han quedado en la historia y en polvo y cenizas. Pero el Hijo del Altísimo, el Verbo de Dios permanece por los siglos y su trono es eterno. Herodes temía que Jesús le quitara su trono, pero Él no nació, no vino para quitarle algo a la gente, sino para darle al mundo y a cada persona lo que la ambición y el antagonismo de este rey no podía dar: Vida Eterna.
Jesús nació y vino a este mundo para darle a la gente la verdadera libertad, tal como el mismo Señor lo declaró en su misión y ministerio: “El Espíritu del Señor está sobre mí, por cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres; me ha enviado a sanar a los quebrantados de corazón; a pregonar libertad a los cautivos, y vista a los ciegos; a poner en libertad a los oprimidos". (Lc. 4:17-20).
Tomado de la revista “Momento de Decisión”, www.mdedecision.com.ar
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